Siempre que salía de mi casa
te veía de lejos, de cerca,
algunas veces con tu amigos
otras veces con ella.
Me quedaba mirandote
y tu no te dabas cuenta.
Te contemplaba, respiraba hondo
y me iba, después de contar hasta setenta.
Porque eras quien controlaba mi tormenta.
El que la calmaba y la volvía violenta.
Nuestras miradas se encontraron inesperadamente
como si tus ojos hubieran seguido la corriente
que el viento les guió, para yo poder volver a verte
y volviste desastre mi mente,
grité de repente.
Con mis ojos, te pedí disculpas
Con los tuyos, sentiste culpa.
Ahí supe que ya no volveria a verte
que ya no tendría suerte
que ya no volveria a tenerte
y aún así, lloré fuertemente.
Abrí los ojos y miré al vacío
suspiré lentamente por lo que había sentido
suspiré alegremente ¡Que alivio!
solo un sueño había sido.
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