El vino que estaba bebiendo, estaba empezando a saber a agua, el hielo se había derretido rápido a medida que pensaba en mi técnica, tenia que ser de la peor manera, mientras mas dolor, mejor para mi. El calor en la sala aumentaba, así que decidí levantarme, agarrar las llaves del carro, y dirigirme hacia la puerta. Me detuve por un momento, dudaba en si realizar mi plan hoy, o dejarlo para mañana. No, tenia que terminar esto de una vez, para no gastar tanto tiempo, y poder seguir con mis planes, no puedo quedarme estancado en una mujer. Porque ninguna me importa, sus sentimientos no me importan.
La imagen de su rostro apareció de repente en mi mente, cerré los ojos, arrugué la cara y sacudí la cabeza, intentaba desaparecer su cara de mi mente, alejarla. ¡Por su culpa, nunca pude realizar las cosas como mi madre me las ha enseñado! ¡Por su culpa, nunca he podido ser como mi hermana! Sin querer, solté una lagrima, no lo merece, ninguna mujer lo merece.
La rabia ya recorría todo mi cuerpo, así que fui directo al carro, y arranqué en dirección a la casa de aquella mujer que inocentemente terminó enamorada de mi. Tomé un cigarro, el último que quedaba en la gaveta, lo encendí, ya me sentía seguro de como lo iba a hacer, de las cosas que diría, pero aún así, siempre resultaba distinto, cada mujer reaccionaba distinto, y ninguna llenaba las expectativas que deseaba, porque nunca reaccionan como sé que ella reaccionaria.
Aunque tenía la ventana medio abierta, el carro por dentro ya se llenaba de humo. Por fin, había llegado a su casa, todavía me quedaba algo de cigarrillo, y preferí acabármelo antes de entrar a la casa, estacioné, me bajé, y me quedé recostado del carro mirando hacía la ventana. No resultó como quería, no se asomó como ella lo haría.
Lancé el cigarrillo, y dando pasos largos me fui hacía la puerta, pensé en tirar la puerta de una patada, pero no lo hice, así no es como mis planes funcionaban. Toqué el timbre, conté los segundos, uno... dos... tres... cuatro... cinco..
―Oh, hola mi amor, no sabía que vendrías hoy ―dijo mientras me llevaba hacía adentro―. La casa está hecha un desastre, no quise arreglarla hoy, pero... ―con mi mano le tapé la boca, de una manera suave. Nos sentamos en el único mueble que estaba desocupado, la miré a los ojos, le sonreí tristemente, y tal como ella me dijo, le dije...
―Hay algo que tengo que decirte, había querido decírtelo antes, pero creo que este es el momento ―su cara cambió, se podía notar que se había puesto nerviosa, incluso movió la mano derecha rápidamente hacía su frente, y arrugó la cara como culpándose de haber hecho algo que hiciera que llegáramos a este momento, luego la bajó y suspiró como tratando de calmarse.
―¿Qué pasa? ¿Qué sucede? ―la voz le temblaba un poco. Estaba resultando justo como quería.
―Ya no puedo seguir contigo... ―poco a poco iba introduciendo el cuchillo en su espalda―. La vi, y fue como amor a primera vista, ya llevo varios días saliendo con ella... ―cada vez que me detenía, era para ver su cara, sus reacciones, parpadeó, no entendía lo que le decía, y al mismo tiempo el cuchillo iba mas profundo―. Tenía que decírtelo, espero que no te lo tomes a mal.
―¿Es en serio todo lo que acabas de decir? ―me dijo con los ojos bien abiertos, creía que los tenia pequeños―. ¿Es que no te importa nada de lo que yo pueda sentir? yo creí que te gustaba ―se levantó y se quedó parada frente a la ventana.
―Por supuesto que es en serio, y para serte sincero, nunca me gustaste, realmente te estaba utilizando ―El cuchillo dio vueltas como si fuera una llave―. no era mi intención ―empezó a llorar pero sin hacer ni un sonido, solo dejaba sus lágrimas caer.
―No entiendo por qué me haces esto, no entiendo entonces para qué me enamoraste si no te gustaba. Llegué a pensar que eras diferente, que no me harías esto así como lo han hecho los demás ―se volteó, me miró, sus ojos estaban tristes, y su delineador se había corrido.
Me levanté y me dirigí hacía la puerta, su sufrimiento y drama me parecía absurdo, ella no reaccionaria así.
―Pero no te vayas ―me agarró del brazo, me apretaba mucho la mano, casi me cortaba la circulación―. Ven mañana y lo hablamos tranquilamente, honestamente, estoy segura que tuviste un mal día, si, eso fue ―Dijo mirando hacía el piso.
―Eso fue exactamente lo que acabo de hacer, ¿Quien entiende a las mujeres? Quieren que seamos honestos y cuando lo somos, forman un drama ―lentamente separé mi brazo de ella―. No me esperes mañana, que no volveré. Ni siquiera lo siento, pero sé que te quedarás sola por un largo tiempo ―no soportó el dolor, el cuchillo no paraba de dar vueltas, se lanzó hacia el piso, las lágrimas caían solas, y tenía la mirada hacía al vacío.
Busqué por la sala, una foto de ella, una en donde se le viera su cara completa, la tomé y regresé a la puerta, me detuve a mirarla, todavía se encontraba en el piso mirando hacía el vacío, lo que para mi sería la puerta. Noté en su mano, en su dedo anular, un anillo la cual le brillaba un diamante diminuto. Verdad, le había pedido matrimonio hace dos días...
―Disculpa pero esto es mío ―le quité el anillo, lo había usado en todas las mujeres a las que le había hecho lo mismo. Y el cuchillo se salió, trayéndose con el, su corazón.
Tomé el cigarrillo que había lanzado anteriormente, me monté en el carro, esta vez en dirección a mi casa. Aunque había hecho todo como lo planeé, no resultó como quería, ya me estaba dando cuenta que ninguna será como ella. Llegué justo cuando se me acabó el cigarrillo, en la casa, busqué la caja en donde tenía una colección de portarretratos, todos distintos, y que encajaban con las personalidades de cada una de las mujeres a las que le había hecho daño. Conseguí uno medio roto igual a como estaba ella y de madera, pintado de negro con un borde metálico, se parecía.
―Número 21, una más para la colección ―dije colocando su portarretrato en la repisa, junto con las demás. Era un cuarto que decidí utilizar, para recordar a cada una, a medida que viera cada uno de sus portarretratos, que a parte de recuerdo, los tenía como premio.
Y si, había sido totalmente honesto con ella, ya tenía otra mujer, y ya le faltaba pocos días, para que pasara por lo mismo que las demás. De alguna u otra forma, no puedo dejar de pensar en que esta vez, si saldrá como quiera. Como siempre, su rostro apareció en mi mente, pero esta vez, cerré los ojos, y los recuerdos, los momentos que pasé con ella, volvieron de repente.
***
La
luz del exterior atravesaba mis párpados de tal manera que me vi obligada a
abrir los ojos de sopetón. Recuerdo por completo ese momento, él estaba a mi
lado, yacía tendido, respirando suavemente con las facciones del rostro
relajadas, como si fuera un niño. Una barba de quince días le crecía por el
rostro, de cejas pobladas y labios finos, esculpidos como si fueran una obra de
arte. Mis dedos fueron fugaces y se deslizaron por su pecho, se elevaba
lentamente, acaricié ese caminillo de vello que se formaba de su ombligo,
bajando por su vientre… Y suspiré. Suspiré llena de alivio, de satisfacción, de
todo un poco.
Recuerdo
haberme levantado de la cama arropando mi cuerpo desnudo con una de las
sábanas, caminé hasta la ventana y observé las luces de la ciudad que
alumbraban todo el panorama, era esa hora del día donde la noche se alejaba y
el sol no había salido, como si fuera un crepúsculo mañanero. Saqué de mi
cartera un cigarrillo y tomé del bolsillo trasero de sus pantalones el yesquero
para encenderlo. Me lo consumí observando como el alba se daba lugar entre las
montañas y las uñas de mi mano izquierda se enterraban en mi brazo derecho.
Casi
sonreí de felicidad cuando lo escuché retorcerse en la cama y soltar de entre
sus labios uno de esos pequeños ronroneos de dinosaurio bebé que se escapan al
despertar. Tiré el cigarrillo por la ventana, dejé caer la sábana que cubría mi
cuerpo y me giré hacia él.
―Se me apetece un juego ―recuerdo
haberle dicho, y él sonrió.
―¡Qué juguetona, amor! ―murmuró,
mientras me hacía un lugar en su cama ―. Sorpréndeme. Dame los mejores buenos
días.
Con
una sonrisa y el corazón latiéndome fuerte contra el pecho, caminé hasta la
cama haciendo una parada para tomar su correa del suelo. Hice que diera vueltas
en el aire con una sonrisa pícara que él correspondió emocionado… Pero más
emocionada estaba yo. Podría amarlo por siempre. Sentí como las mejillas se me
ruborizaron.
Trepé
por encima de su cuerpo sintiendo como sus manos delinearon mi cintura para
detenerlas antes de mi espalda baja. Con un gesto inocente, hice que las alzara
para poder atárselas sobre la cabeza, a lo que él correspondió con un suspiro.
Me era imposible quitar la sonrisa de mis labios.
―¿Me amas? ―le pregunté, y justo en este momento, llega a mi
mente la imagen de sus ojos de color lapislázuli, uno de los azules más raros.
―Sí ―admitió.
―¿Con todo tu corazón?
―Sí.
―¿Tu corazón es mío? ―pregunté,
con un tono de esperanza de fondo.
―Para siempre.
Y
sonreí mientras el estómago se me llenaba de mariposas, me cosquilleaba la piel
y sentía las mejillas a punto de explotar. Sonreí justo en el momento en el que
mis manos sujetaron sus mejillas y bajaron hasta su cuello para cerrarse,
ceñirse a él y atravesar su fuerza, su machismo, sus barreras. Observé la
sangre dejar su rostro y sentí a sus pulmones buscando aire, debajo de mis
dedos sentía su desesperación, su confusión. Me perdí por un momento en la luz
de sus ojos mientras esta se apagaba, como si fuera el final de mi túnel, de mi
salida de mi escapatoria. Su cuerpo se contorsionaba debajo del mío pero no
podía escapar. Lo tenía, era mío, lo estaba dominando. Hasta que cedió. Liberé
su cuello de mis dedos entumecidos y su cabeza rodó sin vida hacia un lado de
la almohada, le hice el favor de cerrarle los ojos.
Luego,
recuerdo haberme bajado de encima de su cuerpo y haber rebuscado entre mis
cosas las herramientas. Atravesé su pecho sin más, corté y seccioné hasta que
pude tener entre mis dedos su corazón, que después de todo, era mío y para
siempre, todo hecho tal cual como me había enseñado mi madre, sin dejar
huellas, sin dejar rastros, sin dejar testigos…
Niego
con la cabeza para mí misma y vuelvo a la realidad. Observo al hombre que yace
frente a mí, con un color de ojos azul tan profundo y una copa de un whisky on
the rocks en las manos. Me observa, dejo caer mis pestañas y suspiro.
―Te ves esplendida esta noche ―murmura.
―Me gustaría sentirme de tal forma…
―¿Qué te ocurre?
―¿Tú me amas? ―le
pregunto y siento las comisuras de mi sonrisa caer.
―Desde luego que sí. Todo mi corazón es tuyo.
―¿Todo?
Sonrío
esperanzada. Estoy segura de que mi madre debe estar orgullosa de mí.
***
Me acerco a la mesa del comedor y me siento en una de las sillas, frente a mí está el cenicero y una cajetilla de cigarros. Escojo uno y lo enciendo con un fósforo. Mis ojos, ya acostumbrados a la oscuridad, como si hubiera vivido en sombras un largo tiempo, distinguen las sombras de las sillas a mí alrededor. Doy una larga calada y boto el humo lentamente, deleitándome de mi soledad periódica. Frente a mí, puedo observar a la noche de compañía, sentada al lado de la nostalgia y la melancolía. Casi puedo escuchar sus pies descalzos correteando por el pasillo y sus risas escaleras abajo. Oh, mis pequeños.
Observo el ligero temblor de mi mano cuando tomo el único fósforo restante en la solitaria caja. La edad ha pasado por mis huesos y se ha ceñido entre mis arrugas. Mi casa huele a muerto. Me levanto con toda la rapidez que mi añejo cuerpo me permite y mientras camino, escucho mis pantuflas rozar contra la gélida madera, crujiente y mohosa, del suelo.
Se me escapa una maldición de los labios cuando piso el montículo en la puerta principal. Trastabillo para no caer y me sujeto de la baranda de las escaleras, ¿quién carajos puso eso ahí? Toqueteo la pared hasta el interruptor de luz y una bombilla se enciende sobre mi cabeza iluminando la estancia con amarillez. Un periódico. Un maldito periódico. Casi le doy un puntapié cuando leo la noticia principal. “Hallado cadáver desnudo de un hombre de 25 años en una habitación del Motel San Ester. Muerte por asfixia y mal de amores, literalmente.”
Anonadada, me arrodillo con sumo cuidado y lo tomo entre mis dedos temblorosos. Continúo leyendo y una sonrisa se me cierne en los labios. Lo asfixiaron, le sacaron el corazón y lo dejaron botado. Mis costillas se hinchan de orgullo. Esa es mi niña, mi pequeña Lysi.
Me coloco el periódico debajo del brazo izquierdo y subo las escaleras con lentitud ya que cada paso me da un aguijonazo en la cadera… Qué será de esta pobre vieja. Me sujeto de la baranda para no caer y cruzo en la habitación de huéspedes. Abro el clóset y siento mis brazos como plomos cuando tomo la maleta de mis recuerdos, mis preciados recuerdos.
Quito la tapa de la maleta y mis ojos se encuentran con muchísimas fotografías. La primera, la de mi difunto esposo. Ojalá esté en el infierno ese maldito. Y debajo de ésta, están mis pequeños. Lysi siempre tuvo el coraje y la valentía, la osadía y la seducción en la sangre, era como yo, sólo que más joven y más bonita. No. Más bonita no. A su lado está Jae, sonriente y tomándolo de las manos.
Oh, mis pequeños. Sus risas escaleras abajo me acarician los oídos como un coro de ángeles y recuerdo aquella primera vez. Sus rostro crispado de nervios, sus manos sudorosas y aquella pequeña chispa de curiosidad en los ojos, de picardía en la mirada. Mis pequeños.
Recuerdo que todo iba bien, les enseñaba a mis hijos, a veces por separado, para que aprendieran solos, otras veces juntos, para que aprendieran uno del otro. Les enseñaba a ser fuertes, y no dejarse llevar por los sentimientos, y que mejor manera que enseñándoles a robar corazones antes que se los robaran a ellos. Pero uno de ellos cometió un error. Una muchacha, ojos oscuros y grandes como si intentara ver tu alma, cabello negro, largo por la cintura, se le acerco un dia a mi pequeño Jae, al igual que los dias siguientes. Un mes, Lysi ya empezaba a quejarse, de que su hermano empezara a enamorarse, podía sentir como fruncia su frente, la pequeña niña. Ese simple recuerdo me hacia sentir feliz. Como si fuera ayer.
Me detengo, y suelto las fotos, levanto la vista hacia la ventana en la que apenas entraba luz, por el polvo acumulado durante el tiempo que tenia este cuarto abandonado. Botaba el humo del cigarrillo a medida que suspiraba, crecía la nostalgia. Seguía susurrando "Mis pequeños", aún sabiendo que ya no lo seguían siendo.
Jae era todo un galán con aquella muchacha, y con tan solo poca edad, siempre me recordaba a mi difunto esposo, me recordaba a cuando lo conocí, a cuando llevábamos poco tiempo de novios. Intentaba hablarle todas las noches de como resultaría todo si seguía viéndose con esa muchacha, pero mientras mas le hablaba sobre eso, mas me ignoraba e incluso se escapaba de la casa, solo para verla.
Oh, que pensaría la gente de esta vieja, riéndose sola por sus recuerdos, viendo fotos acumuladas en una maleta. Los momentos llegaban a mi mente, y aparecían en mis ojos, se reproducían como película en el cine. Llegaban tan fácilmente, como si revivieras tu vida, como si solo te quedara poco tiempo de vida.
Una noche de relámpagos, de mucha lluvia, mientras le daba un repaso de biología a Lysi, le explicaba las partes del cuerpo, sus nombres, sus funciones, pero sobre todo, las partes cerca de los corazones. El día siguiente, iba a ser el gran día, por primera vez probarían tener un corazón en sus manos, sin ayuda de nadie, sin ayuda mía.
Un ruido fuerte sonó de repente, había sido la puerta, había llegado Jae, sus pasos eran largos y fuertes, como si intentaba romper el piso. Me levanté y le seguí el camino mojado que dejaba hasta su cuarto. Y ahí estaba sentado, viendo el portarretrato de la muchacha. Su cara mostró muchos sentimientos, expresiones... Rabia, desespero, confusión, impotencia. Uno a uno, al igual que dejaba caer sus lagrimas. Se repetían una y otra vez en su cara, como si intentara dejar de sentir, como si quería gastarlos hasta ya no sentirlos mas.
Se había enamorado, su corazón le habían robado.
Tal y como pensé que sucederían las cosas, sucedieron... Jae nunca pudo arrancar un corazón, ni siquiera alcanzaba a agarrar el bisturí. Sentía que la veía en todos lados, en cada muchacha que matamos, la seguía viendo, y nunca fue capaz de arrancarle el corazón. La seguía, la sentía tanto, que incluso termino robando corazones, al igual como se lo habían robado a el.
Con Hillary Mendoza.
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