las paredes rosas, las palabras de poesía preciosa que estaban regadas por todas las ventanas, en negro, y cuando pegaba el sol, las letras hacían sombra, porque estaban más que presentes, mi compañía, mi escape de la vida.
había que sacudir los ojos,
al llegar a la piscina, duramos horas flotando, allí acostada sobre el agua el cielo se convirtió en mi horizonte, en mi objetivo, se sintió como querer volver a ser uno con el universo, entender, comprender, aceptar.
descubrí que físicamente la naturaleza y el cielo no se tocan, pero de alguna manera están conectados, porque al quedarme ciega por la luz del sol, de repente pensé que las nubes también son arboles porque dan sombra y tienen otoño, no caen hojas sino gotas, y llovía...
al llegar a casa, mientras comía cepillado de uva con cambur me di cuenta que mi piel estaba rosa por quemarse con el sol, y había dejado marcas, se veían figuras como las de las nubes, o como las formas de las cerámicas del baño, como una simbología personal creada por la estrella más grande, el corazón de tanto amor acumulado, la estrella por las ganas de alcanzar el cielo, siempre querer mejorar, la luna porque mamá siempre estará presente, los bambús por mi interés en la filosofía o creencias asiáticas, y la margarita que a veces representa a la virgen por mi signo zodiacal.
el mejor final para esta mini historia/cuento o como desee el lector que sea llamado, escampa con un atardecer rosa, que se vuelve estrellas, que se vuelve planetas, que se vuelve borrosa del sueño, se va y reposa.
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